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encargaba al sastre cinco trajes al mismo tiempo; que llevaba cosas llamadas «alemanas»
a las fiestas, en las que las niñas de más edad no pasaban de los quince años, pero todos
los regalos eran de plata maciza. Salters protestaba, afirmando que esa clase de cuentos
era pecaminosa, y quizá hasta blasfema, aunque escuchaba tan atentamente como los
otros; sus críticas indujeron a Harvey a relatar nuevas hazañas acerca de sus primos y
primas, los trajes, los cigarrillos con boquilla de oro, los anillos, los relojes, los perfumes,
las cenas íntimas, el champaña, los juegos de cartas y los hoteles. Poco a poco cambió de
tono, al hablar de su «amigo» a quien Long Jack llamaba «el niño loco» o «el bebé de
oro», «la rémora Vanderpopa» y otros muchos apodos cariñosos. Harvey, sin quitarse las
botas de agua y apoyando los pies en la mesa, inventaba historias acerca de pijamas de
seda y de corbatas importadas, para mayor descrédito de su «amigo». Harvey era una
persona con una enorme capacidad para adaptarse, rápidos la vista y el oído para observar
todas las caras y los tonos a su alrededor. No pasó mucho tiempo sin que supiera dónde
guardaba Disko el cuadrante que le servía para tomar la altura: debajo de su litera.
Cuando estimaba la altura y encontraba la latitud con la ayuda de El almanaque del
viejo labrador, Harvey echaba a correr a la cabina y marcaba con un clavo sobre la
herrumbre de la estufa la fecha y la situación. El primer maquinista de un barco de
pasajeros no podía haberlo hecho mejor y ni siquiera un ingeniero, con treinta años de
servicio a bordo, hubiera adoptado el aire de viejo lobo de mar, con el cual Harvey
escupía primero sobre la borda, anunciaba después la posición del barco y entonces, pero
no antes, tomaba el cuadrante de las manos de Disko para guardarlo otra vez. Hay una
etiqueta para todas estas cosas.
El llamado «yugo de puerco», una carta de Eldridge, El almanaque del viejo
labrador, El piloto costero, de Blunt, y El navegante, de Bowditch, eran todas las
armas que necesitaba Disko para guiarse, excepto el escandallo, que era su ojo derecho.
Una vez Harvey casi mató a Penn, mientras Tom Platt le enseñaba por primera vez cómo
«volar la paloma azul». Aunque sus fuerzas no alcanzaban para sondear continuamente
en cualquier tipo de aguas, Disko frecuentemente le hacía lanzar un escandallo con un
plomo de siete libras. Como decía Dan:
-Padre no necesita saber la profundidad. Quiere conocer la composición del fondo.
Engrásalo bien, Harvey.
Así lo hacía Harvey y llevaba después cuidadosamente el resultado del sondeo, fuera
arena, conchillas o cualquier otra cosa, a Disko, que lo tocaba con los dedos, lo olía y
pronunciaba sus juicios. Como ya sabemos, cuando Disko pensaba en el bacalao, pensaba
como un bacalao; mediante una mezcla de instinto y experiencia, que siempre resultaba,
llevaba el We're Here de un punto a otro, encontrando siempre pesca abundante, como un
jugador de ajedrez con los ojos vendados mueve las piezas de un tablero que no ve.
Pero el tablero de Disko era el gran banco, un triángulo de doscientas cincuenta millas
de lado, un desierto de olas, embozado en un húmedo manto de niebla, alborotado por las
tempestades, acosado por los hielos flotantes, surcado por las proas de los veloces navíos
de pasajeros, y adornado con las manchas blancas del velamen de los barcos de pesca.
Durante varios días trabajaron en medio de la niebla. En todo ese tiempo, el puesto de
Harvey estaba en la campana, hasta que familiarizado con el aire espeso salió con Tom
Platt, con el corazón en un puño. Pero como la niebla no cedía y ningún hombre puede
permanecer aterrorizado durante seis horas seguidas, Harvey se dedicó a su aparejo de