recebid las palabras que la boca
echa con la doliente ánima fuera,
antes qu’el cuerpo torne en tierra poca.
¡Oh náyades, d’aquesta mi ribera
corriente moradoras; oh napeas,
guarda del verde bosque verdadera!,
alce una de vosotras, blancas deas,
del agua su cabeza rubia un poco,
así, ninfa, jamás en tal te veas;
podré decir que con mis quejas toco
las divinas orejas, no pudiendo
las humanas tocar, cuerdo ni loco.
¡Oh hermosas oreadas que, teniendo
el gobierno de selvas y montañas,
a caza andáis, por ellas discurriendo!,
dejad de perseguir las alimañas,
venid a ver un hombre perseguido,
a quien no valen fuerzas ya ni mañas.
¡Oh dríadas, d’amor hermoso nido,
dulces y graciosísimas doncellas
que a la tarde salís de lo ascondido,
con los cabellos rubios que las bellas
espaldas dejan d’oro cubijadas!,
parad mientes un rato a mis querellas,
y si con mi ventura conjuradas
no estáis, haced que sean las ocasiones
de mi muerte aquí siempre celebradas.
¡Oh lobos, oh osos, que por los rincones
destas fieras cavernas ascondidos
estáis oyendo agora mis razones!,
quedaos a Dios, que ya vuestros oídos
de mi zampoña fueron halagados
y alguna vez d’amor enternecidos.
Adiós, montañas; adiós, verdes prados;
adiós, corrientes ríos espumosos:
vivid sin mí con siglos prolongados,
y mientras en el curso presurosos
iréis al mar a dalle su tributo,
corriendo por los valles pedregosos,
haced que aquí se muestre triste luto
por quien, viviendo alegre, os alegraba
con agradable son y viso enjuto,
por quien aquí sus vacas abrevaba,
por quien, ramos de lauro entretejendo,
aquí sus fuertes toros coronaba".
Estas palabras tales en diciendo,
en pie m’alcé por dar ya fin al duro
dolor que en vida estaba padeciendo,
y por el paso en que me ves te juro
que ya me iba a arrojar de do te cuento,
con paso largo y corazón seguro,
cuando una fuerza súbita de viento
vino con tal furor que d’una sierra
pudiera remover el firme asiento.