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árboles, algo distanciados unos de otros, y no dispuestos en orden artificioso, ennoblecen
sobremanera con su raleza la natural belleza del lugar. Allí, sin nudo alguno, se puede ver el
derechísimo abeto, nacido para resistir los peligros del mar, y la robusta encina, de ramas más
abiertas; y el alto fresno y el delicioso plátano allí se despliegan con sus sombras, ocupando
una buena parte del bello y abundante prado. Y allí, con una fronda más limitada, se
encuentra el árbol de cuyas hojas Hércules solía coronarse, árbol en cuyo tronco fueron
transformadas las míseras hijas de Clímene; y en uno de los lados el nudoso castaño se
discierne, y el frondoso boj, y con puntiagudas hojas el excelso pino cargado de durísimos
frutos; en el otro, la umbría haya, el incorruptible tilo, y el frágil tamarisco junto con la
oriental palma, dulce y estimado premio para los vencedores. Pero entre todos, en el centro,
junto a una clara fuente, se levanta hacia el cielo el enhiesto ciprés, veraz imitador de las altas
metas, en el que, no ya Cipariso, sino el mismo Apolo, si fuese lícito decirlo, no habría
desdeñado transfigurarse. Estas plantas no son tan descorteses como para impedir totalmente
con sus sombras que los rayos del sol penetren en el delicioso bosque, sino que por varias
partes tan graciosamente los reciben, que es rara la hierba que por aquéllos no tenga
grandísima recreación; y así como siempre agradable morada allí se encuentra, ésta es en la
florida primavera más placentera que en el resto del año.
Sannazaro: La Arcadia, Prosa I, 1-6
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Este locus amoenus está habitado por pastores que descansan de sus ligeras tareas a la sombra
de un copudo árbol, escuchando el agradable murmullo del agua que corre por su cauce o
entonando canciones en verso de tema amoroso. La Arcadia cuenta cómo un amante
desafortunado se marcha a la Arcadia (como el Galo de las Bucólicas de Virgilio), encuentra
allí la distracción durante un tiempo, le agrada la idílica vida campestre que llevan sus
habitantes, así como los relatos que escucha de otros amores. Una pesadilla lo convence a
regresa a Nápoles, donde encuentra muerta a la mujer que ama. La Arcadia es una novela
pastoril que evoca muchos detalles de las obras de escritores clásicos como Homero,
Teócrito, Virgilio, Ovidio, Tibulo, entre otros. Aún así no deja de ser una novela muy rica en
descripciones, y todo suena con absoluta naturalidad.
Rafael Lapesa nos dice que:
Sannazaro no deja entrar en su mundo poético sino a entes dotados de aquellas cualidades que
suponen su respectiva perfección; pero la selección no tiene ya el sentido aristocrático que
sólo incluía en el vergel medieval la rosa, el lirio, el ruiseñor, la alondra y el papagayo: hay,
como en Virgilio, tomillo, menta, lentiscos y otras plantas campesinas; mirlos, tordos y
estorninos pían entre las ramas, y al crepúsculo chirrían grillos y cigarras. Poseía Sannazaro el
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Sannazaro, Jacopo: Arcadia, traducción de Francesco Tadeo, Madrid, Cátedra, 1993.