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Un día vi frente a mí un trozo de tela y empecé a hacer cualquier
cosa, aunque no pude producir nada esa primera vez, la segunda vez
quise copiar una flor, salió como una botella, después quise poner un
tapón me salió como cabeza, entonces dije, eso es una cabeza. Le
puse nariz, ojos, boca. La flor no era una botella, era una señora y
esa señora mira... El problema no es el más simple del mundo, no sé
dibujar”, respondió tiempo después en una entrevista cuando sus
arpilleras ya eran parte de ella misma. (SAEZ, 1999, p. 104-105)
Entusiasmada com a beleza e o colorido dos fios de lã, dedicou-se ao bordado
ponto por ponto, e sem desenho prévio. Em qualquer tecido, ela deixava as idéias
fluírem como numa canção ou num poema. Foi adquirindo prática à medida que se
recuperava da doença. Em pouco tempo, já estava voltando à vida cultural de
Santiago, no Café São Paulo, um ponto de encontro de escritores, artistas,
intelectuais, atores, jornalistas, poetas e dançarinos que iam chegando a uma hora
da tarde e se juntando ao grupo de interesse de cada um. Fernando Sáez conta que:
Nacían amores y amistades a esa hora del día en que la única bebida
era el café, en medio de conversaciones y discusiones intensas,
donde se comentaban libros y espetáculos del momento. Se
organizaban también las fiestas para la noche, se intercambiaban
datos de trabajos, se daban a conocer proyectos, se concertaban
entrevistas para los diarios, conviviendo la política y el arte en el ir y
venir constante del mediodía. Quien quería estar vigente, no podía
faltar al São Paulo. Violeta era una clienta habitual. Allí encontraba a
sus amigos y era su momento de recreo después de sus diligencias
por el centro, cobrando derechos de autor, siempre escurridizos,
comprando lana y géneros para su trabajo, moviendo sus contactos
en radios y siempre con algún proyecto que necesitaba sacar
adelante. (SAEZ, 1999, p. 105-106)
Nessa ocasião, aprende com a amiga Teresa Vicuña – famosa na época – a
arte da cerâmica, depois de insistentes palpites sobre o trabalho da escultora, que
sugeriu que ela mesma pusesse a mão na argila e produzisse também para si. O
resultado foi surpreendente, moldando figuras de homens e mulheres simples e
primitivos, inspirados em cenas de sua infância.
Também nessa mesma época a Universidade de Antofagasta a convida para
dar cursos sobre o folclore, o que Violeta desempenhou muito bem. De volta a
Santiago, hospeda Victor Jara, brilhante estudante de teatro da Universidade do
Chile, que conheceu no Café São Paulo.
A convite do Ministro da Educação, viaja à Ilha de Chiloé, para dar cursos de
folclore, pintura e cerâmica, além de fazer inúmeros recitais (NAVARRETE, 2005).