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Kasidah of Hají Abdú El-Yezdí (1924), visto que se trata de uma tradução
inventada. Seu autor, o explorador e antropólogo Richard Burton, publicou esse
poema como se fosse a obra traduzida de um certo Bernard Quaritch. Burton
talvez tenha recorrido a esse expediente porque não queria ver seu trabalho
comparado ao Rubaiyat de Edward FitzGerald, que utilizava estilo e temática
semelhantes, mas era visivelmente superior. O motivo que pareceu mais plausível
para Bassnett, porém, era que a obra precisava ser recebida como tradução, pois,
do contrário, não teria lugar no sistema literário inglês. “Ele [Burton] precisava
fingir que era outra pessoa que não o criador do texto, a fim de apresentá-lo da
forma que desejava” (Bassnett, 1998: 33).
Algumas obras literárias, sobretudo romances, utilizam traduções fictícias
como extensão do “manuscrito encontrado”, um artifício bem comum entre
escritores. Como muitos romancistas procuram criar histórias que pareçam críveis
aos olhos do leitor, lançam mão de uma gama de recursos literários para dar à
narrativa aparência de realidade, dentre as quais estão o relato em primeira pessoa,
a forma epistolar, a reportagem e, claro, o manuscrito descoberto após anos e anos
oculto. A fenomenal obra de Miguel de Cervantes, Don Quixote de la Mancha
(1605, 1615), por exemplo, afirma que a história que se segue é uma tradução para
o espanhol de um antigo manuscrito de autoria do árabe Cide Hamete Benegeli
(Robinson, 1998: 185).
Cuando yo oí decir «Dulcinea del Toboso», quedé atónito y suspenso, porque
luego se me representó que aquellos cartapacios contenían la historia de don
Quijote. Con esta imaginación, le di priesa que leyese el principio y, haciéndolo
ansí, volviendo de improviso el arábigo en castellano, dijo que decía: Historia de
don Quijote de la Mancha, escrita por Cide Hamete Benengeli, historiador
arábigo. Mucha discreción fue menester para disimular el contento que recebí
cuando llegó a mis oídos el título del libro; y, salteándosele al sedero, compré al
muchacho todos los papeles y cartapacios por medio real; que, si él tuviera
discreción y supiera lo que yo los deseaba, bien se pudiera prometer y llevar más
de seis reales de la compra. Apartéme luego con el morisco por el claustro de la
iglesia mayor, y roguéle me volviese aquellos cartapacios, todos los que trataban
de don Quijote, en lengua castellana, sin quitarles ni añadirles nada, ofreciéndole
la paga que él quisiese. Contentóse con dos arrobas de pasas y dos fanegas de
trigo, y prometió de traducirlos bien y fielmente y con mucha brevedad. Pero yo,
por facilitar más el negocio y por no dejar de la mano tan buen hallazgo, le truje a
mi casa, donde en poco más de mes y medio la tradujo toda, del mesmo modo
que aquí se refiere (Cervantes, 2004 [1605]: 87).
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