el horrible feeal no interrumpido desde la puesta del sol, no se percibía ningún ruido en
la selva. Parecía como si Won-tolla los hubiera atraído para que tomaran tierra allí.
-¡Den la vuelta y ataquen! -dijo el jefe de los dholes.
La manada entera se lanzó a la playa, chapoteando en los bajíos, hasta que toda la
superficie del río se agitó y cubrió de blanca espuma, formando círculos que iban de un
lado a otro del río como los de un barco. Mowgli siguió la embestida, acuchillando y
rebanando mientras los dholes corrían apiñados por la orilla como una ola.
Entonces empezó la gran lucha, levantándose, agarrándose, aplanándose, haciéndose
pedazos los unos a los otros, agrupados o diseminados, a lo largo de la roja, húmeda
arena, por encima o entre las enredadas raíces de los árboles, al través o en medio de los
matorrales, entrando y saliendo por lugares cubiertos de yerba, pues aun entonces la
proporción entre dholes y lobos era de dos a uno. Pero los lobos luchaban por cuanto
constituía la razón de ser de su manada, y no eran ya sólo los flacos y altos cazadores de
otras veces, de pechos hundidos y blancos colmillos, sino que a ellos se juntaban las
lahinis de mirada ansiosa (las lobas de cubil, como se las llama), que luchaban por sus
camadas y que intercalaban entre ellas de cuando en cuando a algún lobo de un año, de
piel lanosa aun, que iba a su lado tirando y agarrándose a su madre. Un lobo, como
sabéis, ataca arrojándose a la garganta o mordiendo en los costados, en tanto que un
dhole generalmente procura morder en el vientre; así, cuando peleaban fuera del agua y
tenían que levantar la cabeza, los lobos llevaban ventaja. En la tierra, en cambio, se
hallaban en condiciones de inferioridad. Pero, ya en el agua, ya en tierra, el cuchillo de
Mowgli no descansaba ni un segundo. Los cuatro, finalmente, se habían abierto paso
hasta llegar a su lado. El Hermano Gris, agachado entre las rodillas del muchacho, le
protegía el vientre, en tanto que los demás le cuidaban la espalda y los costados, o lo
cubrían con su cuerpo cuando la sacudida y el aullido de un salto de uno de los dholes,
contra la resistente hoja del cuchillo, lo hacía caer de espaldas. Los demás que
combatían, formaban una masa desordenada y confusa, una apretada y ondulante
multitud, que se movía de derecha a izquierda y de izquierda a derecha a lo largo de la
ribera; o que giraba pausadamente una y otra vez en derredor de su propio centro. Y
aquí se elevaba como una trinchera, se hinchaba como burbuja de agua en un torbellino;
la burbuja se rompía y lanzaba a cuatro o cinco perros heridos, cada uno de los cuales
luchaba por volver al centro. Allá podía verse a un lobo solo, derribado por dos o tres
dholes a los que arrastraba penosamente, desfalleciendo con el esfuerzo. Más allá, un
cachorro de un año era elevado en el aire por la presión de los que lo rodeaban, aunque
ya hacía rato que estaba muerto, en tanto que su madre, enloquecida de rabia, pasaba y
volvía a pasar, mordiendo siempre; y en medio de la pelea, sucedía acaso que un lobo y
un dhole, olvidados de todos los demás, se preparaban para un combate singular
queriendo cada uno ser el primero en morder, hasta que repentinamente, un torbellino
de furiosos combatientes los arrastraba a entrambos. En una ocasión Mowgli pasó junto
a Akela que llevaba a un dhole en cada flanco y apretaba sus quijadas, casi ya sin
dientes, sobre los ijares de un tercero. Otra vez vio a Fao con los dientes clavados en la
garganta de un dhole, arrastrándolo hacia adelante para que los lobos de un año
acabaran con él. Pero lo principal de la lucha no era sino ciega confusión y un ahogarse
en la oscuridad; dar golpes, pernear, caerse, ladrar, gruñir, mucho morder y desgarrar en
torno suyo, debajo de él y por encima de él. Conforme avanzaba la noche, el rápido e
insoportable movimiento giratorio aumentó. Los dholes se sentían acobardados y
temerosos para atacar a los lobos más fuertes, pero aún no se atrevían a huir. Mowgli
adivinó que la pelea tocaba a su fin, y contentóse ya nada más con herir y dejar
inutilizadas a sus víctimas. Los lobos de un año tornábanse más atrevidos; ya era