-Y después el joven príncipe, a quien le habrán enseñado todos los vicios ingleses, jugará a hacer saltar
piedrecillas planas sobre las aguas de un estanque... usando monedas; y deshará en dieciocho meses el
trabajo de diez años. Ya he visto eso antes -dijo Spurstow-. En tu lugar trataría al rey con mano blanda,
Lowndes. Ya te odiarán bastante en cualquier circunstancia.
-Todo eso está muy bien. Un observador puede hablar de mano blanda; pero no se puede limpiar una
pocilga con una pluma mojada en agua de rosas. Sé a lo que me arriesgo; pero todavía no ha pasado nada.
Mi criado es un viejo pathan, y cocina para mí. Es muy improbable que le sobornen, y no acepto comida de
mis verdaderos amigos, como ellos dan en llamarse. ¡Ah, pero todo esto cansa! Me gustaría estar contigo,
Spurstow. Hay buena caza cerca de tu campamento.
-¿Conmigo? No creo. Unas quince muertes al día no incitan a un hombre a dispararle a nada, salvo a sí
mismo. Y lo peor es que los pobres diablos te miran como si debieras salvarlos. Sabe Dios que lo he
probado todo. La última tentativa fue empírica, pero ayudó a un hombre. Me lo trajeron más allá de toda
esperanza, aparentemente, y le di ginebra con salsa de Worcester y cayena. Se curó; pero no lo recomiendo.
-¿Cómo evoluciona generalmente la enfermedad? -preguntó Hummil.
-Muy sencillo. Clorodina, píldora de opio, clorodina, colapso, nitro, ladrillos para los pies, y luego... la
pira funeraria. Esto último es lo único que parece acabar con el problema. Es cólera asiático, ¿sabes?
¡Pobres diablos! Pero debo decir que el pequeño Bunsee Lal, mi boticario, trabaja como un demonio. Le he
recomendado para un ascenso, si es que sale vivo de todo esto.
-¿Y tú qué posibilidades tienes? -preguntó Mottram.
-No lo sé; no me preocupa mucho; pero he enviado la carta. ¿Qué sueles hacer tú?
-Me siento en la tienda, debajo de una mesa, y le escupo al sextante para que no se recaliente -dijo el
agrimensor-. Me lavo los ojos para evitar la oftalmía, que voy a pillar con toda seguridad, y trato de que un
ayudante comprenda que un error de cinco grados en un ángulo no es tan pequeño como parece. Estoy
completamente solo, ¿sabes?, y lo seguiré estando hasta que se vaya el calor.
-Hummil es el más afortunado -dijo Lowndes, dejándose caer en un sillón-. Tiene un techo de verdad, tan
roto como el abanico del techo, pero un techo al fin y al cabo, sobre la cabeza. Todos los días ve un tren.
Puede conseguir cerveza, soda y hielo cuando Dios quiere. Tiene libros, cuadros arrancados del Graphic y
la compañía del magnífico subcontratista Jevins, además del placer de recibirnos todas las semanas.
Hummil sonrió con severidad.
-Si, supongo que soy afortunado. Pero Jevins lo es aún más.
-¿Cómo? No...
-Sí. Ha pasado a mejor vida. El lunes pasado.
-¿Por su propia mano? -preguntó rapidamente Spurstow, expresando la sospecha que estaba en la mente
de todos. No había cólera cerca de la sección de Humrriil. Incluso la fiebre le concede a un hombre una
semana de gracia por lo menos, y la muerte súbita, por lo general, implica suicidio.
-No puedo juzgar a nadie con este tiempo -dijo Hummil-. Supongo que cogió una insolación; porque la
semana pasada, cuando os fuisteis, se acercó al porche y me dijo que iba a casa a ver a su mujer, en Market
Street, Liverpool, esa misma noche.
-Llamé al boticario para que le echara un vistazo, e intentamos que se acostara. Una o dos horas después
se frotó los ojos y dijo que creía haber sufrido un ataque... que esperaba no haber dicho nada descortés.
Jevins deseaba ardientemente mejorar su posición social. Hablaba de manera muy parecida a Chucks. -¿Y
luego?
-Luego se fue a su propio bungalow y empezó a limpiar un rifle. Le dijo al criado que iba a cazar gamos
por la mañana. Por supuesto, manoseó con torpeza el gatillo y se disparó en la cabeza... accidentalmente. El
boticario le mandó un informe a mi jefe, y Jevins está enterrado por ahí fuera. Te habría puesto un
telegrama, Spurstow, si hubieses podido hacer algo.
-Eres un tipo raro -dijo Mottram-. No podrías haber guardado el asunto más en secreto si hubieras
matado tú mismo a ese hombre.
-¡Dios Santo! ¿Qué importa? -dijo Hummil con calma-. Además de mi propio trabajo, ahora tengo que
hacer su trabajo de supervisión. Soy el único que sale perdiendo. Jevins ya está al margen... de un modo
puramente accidental, claro, pero al margen. El boticario iba a escribir un largo y pesadísimo ensayo sobre
el suicidio. No es sorprendente que un nativo «civilizado» diga tonterías cuando se le presenta la
oportunidad.
-¿Y por qué no lo presentaste como suicidio? -preguntó Lowndes.