cambiado esa mano por una corona real, ni por una guirnalda de gloria; nada me parecía más valioso y
amable que aquella hermosa y suave mano, cuyos dedos jugueteaban con mi pelo.
-La gente no creerá nuestra historia -le dije-, porque no sabe que el amor es la única flor que crece y
florece sin el concurso de las estaciones; pero ¿fue realmente el mes de Nisán, que nos reunió, y es
esta hora la que nos ha suspendido en el recinto más santo de la Vida? ¿No es la mano de Dios la que
nos acercó, y la que hizo que seamos prisioneros uno del otro, hasta que terminen nuestros días y
todas nuestras noches? La vida del hombre no empieza en el seno materno, y nunca termina con la
muerte, en la tumba; y este firmamento, lleno de luz de luna y de estrellas, no está ayuno de almas que
se aman, ni de espíritus intuitivos.
Al retirar Selma la mano de mi pelo, sentí una vibración eléctrica en las raíces de los cabellos, y la
sensación se mezcló a la suave caricia de la brisa nocturna. Y como un devoto que recibe la bendición
divina al besar el altar, en su santuario, tomé la mano de Selma, y mis ardientes labios depositaron un
largo beso en ella, y aún ahora el recuerdo de aquel beso funde mi corazón y su dulzura me extasía.
Transcurrió así una hora, y cada minuto de ella fue un año de amor. El silencio de la noche, la luz de
la luna, las flores y los árboles nos hicieron olvidar toda la realidad que no fuera el amor, cuando, de
pronto, oímos el galope de unos caballos y el chirrido de las ruedas de un carruaje. Despertados de
nuestro placentero arrobamiento, y vueltos bruscamente del mundo de los sueños al mundo de la
perplejidad y de las penas, nos dimos cuenta que el anciano había regresado de su visita. Nos levantamos
de nuestros asientos, y caminamos por el huerto, para salir a su encuentro.
Al llegar al carruaje a la entrada del jardín, Farris Efendi bajó de él, y caminó lentamente hacia nosotros,
con la cabeza inclinada hacia adelante, como si estuviera llevando una pesada carga. Se acercó a Selma, le
colocó las manos en los hombros, y la miró profundamente. Las lágrimas corrían por el arrugado rostro del
anciano, y sus labios temblaban con forzada sonrisa triste. Con voz quebrada por la emoción, le dijo
-Amada Selma, hija mía, muy pronto, te alejarán de los brazos de tu padre, para que vayas a los brazos de
otro hombre. Muy pronto el Destino te arrancará de esta solitaria casa, y te llevará al espacioso mundo, y
este jardín perderá la presión de tus pasos, y tu padre será un extraño para ti. Ya está decidido. ¡Que Dios te
bendiga!
Al oír estas palabras, el rostro de Selma se ensombreció, y sus ojos se helaron, como si hubiera sentido
una premonición de la muerte. Luego, lanzó un grito, como un ave a la que se abate un tiro, y con visible
dolor, temblando, dijo, con voz quebrada:
-¿Qué dices? ¿Qué quieres decir? ¿Adónde me vas a enviar? -Luego, miró a su padre como tratando de
descifrar su secreto. Un momento después, dijo: - Comprendo. Lo comprendo todo. El obispo te ha pedido
mi mano, y ha preparado una jaula para este pajarillo de alas rotas. ¿Es ese tu deseo, padre?
La respuesta del anciano fue un profundo suspiro. Condujo a Selma al interior de la casa, con ternura, y
mientras, yo permanecía de pie en el jardín, sintiendo que la perplejidad me invadía en oleadas, como una
tempestad sobre las hojas de otoño. Luego, los seguí hasta la sala, y para evitar una escena molesta,
estreché la mano del anciano, dirigí una larga mirada a Selma, mi hermosa estrella, y salí de la casa.
Cuando iba yo llegando al extremo del jardín, oí la voz del anciano que me llamaba y me volví para ir a
su encuentro. Me tomó de la mano y se disculpó.
-Perdóname, hijo mío. Te he echado a perder la noche con mis lágrimas, pero por favor ven a verme
cuando mi casa esté vacía, y me encuentre yo solo y desesperado. La juventud, mi querido hijo, no
armoniza con la noche; pero tú tendrás la bondad de venir a verme y de recordarme aquellos días de mi
juventud compartidos con tu padre, y me darás las noticias que haya en la vida la cual ya no me contará
entre sus hijos. ¿Vendrás a visitarme cuando Selma se vaya y me quede aquí completamente solo?
Mientras el anciano pronunciaba estas tristes palabras, estreché su mano silenciosamente y sentí que unas
lágrimas tibias caían de sus ojos hasta mi mano. Temblando- de tristeza y de afecto filial, salí de aquella
casa con el corazón inundado de pena. Pero antes de salir alcé el rostro, y él vio lágrimas en mis ojos; se
inclinó hacia mí, me dio un beso en la frente.
- ¡Adiós, hijo mío! ¡Adiós! -me dijo.
Las lágrimas de un anciano son más potentes que las de un joven, porque constituyen el residuo de la
vida en un cuerpo que se va debilitando. Las lágrimas de un joven son como una gota de rocío en el pétalo
de una rosa-, mientras que las de un anciano son como una hoja amarillenta que cae al embate del viento
cuando se aproxima el invierno.
Cuando salí de la casi de Farris Efendi Karamy, la voz de Selma aún vibraba en mis oídos; su belleza me
seguía como un espectro y las lágrimas de su padre se iban secando en mi mano.