muchos niños habían venido al mundo en aquel bosque.Además, todos se sentían miembros de
una gran familia y todos se ocupaban de todos.
Recientemente se había incorporado a la banda el padre Tuck. Era un fraile que había vivido
siempre solo, retirado en el campo. Muchas personas, tanto nobles como plebeyas, acudían a él
con frecuencia a pedirle consejo. Su influencia en las gentes y su apoyo personal a los principios
que defendían los proscritos de Sherwood, hicieron que las autoridades del príncipe Juan dictaran
orden de captura contra él. Esto obligó al buen fraile a refugiarse también en Sherwood. Allí, sus
aportaciones fueron muy importantes. No sólo celebraba misa todos los domingos, sino que unió a
varias parejas en matrimonio, bautizó a muchos niños, se ocupaba de la educación de pequeños y
mayores y, como tenía conocimientos de medicina, cuidaba de la salud de todos.
Aunque la vida cotidiana en Sherwood no era fácil, también había momentos para la diversión.
Uno de ellos, quizá el más célebre, fue el día en el que Robin y algunos de sus hombres acudieron
a un torneo de tiro con arco que se celebraba en una ciudad próxima.
Robin y los suyos se habían convertido en verdaderos expertos en el manejo del arco: única
arma disponible en su refugio del bosque.
Todos los premios del torneo los acaparó el grupo de Sherwood. Finalmente, la última prueba,
recompensada con una bolsa de monedas de oro, la superó sin dificultad Robin Hood para
asombro de todos los presentes.
Cuando el alcalde de la ciudad entregó el premio al vencedor, le preguntó su nombre. Robin,
vestido como un caballero y sin su típica capucha, contestó:
-Mi nombre es Robin Hood.
La carcajada fue general. Cuando las risas cesaron, el alcalde volvió a preguntar al ganador por
su nombre.
-Señor, ya os lo he dicho. Mi nombre es Robin Hood.
El alcalde comprendió entonces que el desconocido no estaba bromeando. Llamó a gritos a sus
soldados para que lo apresaran. Pero era demasiado tarde. Robin y los suyos habían huido a todo
galope en sus caballos.
Otra de las más famosas y animadas aventuras de Robin, que demuestra su afán de diversión y
su buen humor, comenzó un día cuando encontró en un camino a un anciano alfarero que iba a la
ciudad de Nottingham a vender su mercancía
El anciano se mareó y cayó al suelo. Robin se acercó a reanimarlo. Le dijo quién era y le ofreció
quedarse en el bosque de Sherwood. Mientras, él mismo iría al mercado y le traería el dinero de la
mercancía que vendiese.
-Gracias, Robin. Puedo confirmar que lo que he oído sobre vos es cierto. Necesito el dinero para
la boda de mi hija, pero está claro que no puedo continuar hasta Nottingham. Acepto vuestro favor
y descansaré en Sherwood. Os advierto que hay una vajilla de oro muy valiosa entre los objetos
de la carreta.
Robin llegó a la ciudad y pronto consiguió vender todo, ya que tanto la mercancía como los
precios resultaron muy atrac tivos para las gentes. Sólo se reservó la vajilla de oro porque le
rondaba una idea en la cabeza.
El interés de los objetos ofrecidos por el mercader llegó a oídos del corregidor Robert de
Reinault, quien lo llamó a su palacio. Eso era, precisamente, lo que Robin tenía previsto.
Cuando el mercader traspasó las puertas de la mansión del corregidor ya nada quedaba de su
mercancía, salvo la valiosa vajilla. Así se lo comunicó al señor, a quien por respeto al cargo que
ostentaba se la ofreció como regalo.
Robert de Reinault, con ojos codiciosos, aceptó el obsequio e invitó al generoso mercader a
cenar en su palacio aquella noche.