Con este olor a membrillos.
(Aspira.)
¡Y qué preciosa fachada
tiene, llena de pinturas,
de barcos y de guirnaldas!...
MARIANA. (Interrumpiéndole.)
¿Hay mucha gente en la calle?
FERNANDO. (Sonríe.)
¿Por qué preguntas?
MARIANA. (Turbada.)
Por nada.
FERNANDO.
Al pasar por Bibarrambla
he visto dos o tres grupos
de gente envuelta en sus capas,
que aguantando el airecillo.
a pie firme comentaban
el suceso.
(Mariana está como en vilo.)
(Viendo a Mariana.)
(Llaman fuertemente a la puerta.)
(Coloca las luces.)
(Sale Clavela corriendo. Mariana queda en
actitud expectante junto a la puerta, y
Fernando, de pie.)
Un caballo
se aleja por la calle. ¿Tú lo sientes?
MARIANA. (Turbada y reprimiendo una honda angustia.)
(Mariana coge la carta ávidamente.)
(Rasga la carta y lee.)
(Clavela se to acerca corriendo. Fernando
cuelga lentamente la capa sobre sus hombros.)
Yo quisiera verte contenta. Diré
a mis hermanillas que vengan un rato,
y ojalá pudiese prestarte mi ayuda.
Adiós, que descanses.
FERNANDO.
Pues hay mucha gente.
MARIANA. (Impaciente.)
¿Dices?...
MARIANA. (Ansiosamente.)
¿Qué suceso?
FERNANDO.
¿Sospechas de qué se trata?
MARIANA.
¿Cosas de masonería?...
FERNANDO.
Un capitán que se llama...;
no recuerdo...; liberal,
prisionero de importancia,
se ha fugado de la cárcel
de la Audiencia.
¿Qué te pasa?
MARIANA.
Ruego a Dios por él. ¿Se sabe
si le buscan?
FERNANDO.
Ya marchaban,
antes de venir yo aquí,
un grupo de tropas hacia
el Genil y sus puentes
para ver si to encontraban,
y es fácil que to detengan
camino de la Alpujarra.
¡Qué triste es esto!
MARIANA. (Angustiada.)
¡Dios mío!
FERNANDO.
El preso, como un fantasma,
se escapó; pero Pedrosa
ya buscará su garganta.
Pedrosa conoce el sitio
donde la vena es más ancha.
Me han dicho que le conoces.
(La luz se va retirando de la
escena.)
MARIANA.
Desde que llegó a Granada.
FERNANDO. (Sonriendo.)
C LAVE LA. ¡Están llamando!
FERNANDO. (Al ver a Mariana descompuesta.)
¡Mariana!
¿Por qué tiemblas de ese modo?
MARIANA. (A Clavela, gritando en voz baja.)
¡Abre pronto, por Dios; anda!
ESCENA VII
FERNANDO.
Sentiría en el alma ser molesto...
Marianita, ¿qué tienes?
MARIANA. (Angustiada exquisitamente.)
Esperando
los segundos se alargan de manera
irresistible.
FERNANDO. (Inquieto.)
¿Bajo yo?
MARIANA.
Hacia la vega corre.
(Pausa.)
MARIANA.
Ya ha cerrado
el postigo Clavela.
FERNANDO.
¿Quién será?
(Aparte.)
¡Ni siquiera pensarlo!
CLAVELA. (Entrando.)
Una carta, señora.
¡Qué será!
CLAVELA.
Me la entregó un jinete. Iba embozado
hasta los ojos. Tuve mucho miedo.
Soltó las bridas y se fue volando
hacia to oscuro de la plazoleta.
FERNANDO.
Desde aquí to sentimos.
MARIANA.
¿Le has hablado?
CLAVELA.
Ni yo le dije nada, ni él a mí.
Lo mejor es callar en estos casos.
(Fernando cepilla el sombrero con su
manga,
y tiene el semblante inquieto.)
MARIANA. (Con la carta.)
¡No la quisiera abrir! ¡Ay, quién pudiera
en esta realidad estar soñando!
¡Señor, no me quitéis lo que más quiero!
FERNANDO. (A Clavela ansiosamente.)
Estoy confuso. ¡Es esto tan extraño!
Tú sabes lo que tiene. ¿Qué le ocurre?
CLAVELA.
Ya le he dicho que no lo sé.
FERNANDO. (Discreto.)
Me callo.
Peró...
CLAVELLA. (Continuando la frase.)
¡Pobre doña Mariana mía!
MARIANA. (Agitada.)
¡Acércame, Clavela, el candelabro!
CLAVELA. (A Mariana.)
¡Dios nos guarde, señora de mi vida!
FERNANDO. (Azorado e inquieto.)
Con tu permiso...
MARIANA. (Queriendo reponerse.)
¿Ya te vas?
FERNANDO.
Me marcho;
voy al café de la Estrella.
MARIANA. (Tierna y suplicante.)
Perdona
estas inquietudes...
FERNANDO. (Digno.)
¿Necesitas algo?
MARIANA. (Conteniéndose.)
Gracias... Son asuntos familiares hondos,
y tengo yo misma que solucionarlos.
FERNANDO.